siga las flechas →
acorralado entre objetos,
en el triaje necesario al despedirse todo,
el último día se va a complicar
con johnny cash interpretando hurt
ronco y desconchado
→ el centauro del desierto más crudo,
un cowboy vencido mordiendo el polvo
de los héroes que no son; los que no vencen
y se van heridos a morir callados por la vergüenza.
dinero y clavos de nueve pulgadas,
ahora toda voz es a destiempo.
ahora que urgen los desvanes
sin otro significado que una puerta cerrada,
solo el silencio, el silencio → solo el silencio
el cese definitivo de un lugar.
cuando es más necesario un salvoconducto
la herida nos alcanza con su carne revuelta.
así es no volver, probablemente;
señalar lo desechable y apartarlo
se hace con un desconcierto organizado,
revolviendo en los restos de todo con serpientes
y sonajeros de flamboyán, el rumor de los nombres,
pequeñas monedas, viejas señales de construcción,
apuntes biográficos hasta ayer, juguetes sucios,
billetes de avión, postales, souvenires, papelillos,
los muebles pagados para nadie ya, paquetes de arroz,
libros, álbumes, la cuna, la reforma del baño, etcétera
y la atenta hospitalidad de los ácaros.
repasas todo al milímetro pero sin rumbo
y lentamente
cada cosa que une a tu cuerpo contigo se concreta
en cero, pero no te duele,
lo que va a doler no será el vacío,
será la indiferencia.
porque nada se inquieta,
nadie protesta, ni un golpe, ni si quiera tú.
ni tus lágrimas aparecen, nada.
te dejan ir, casi te invitan
y la despedida se integra en ese día cualquiera de julio
que se estira perezoso en el calor
para que al final vayas al aeropuerto
sin haber descartado una sola palabra,
después de recorrer durante horas
todo lo que realmente amabas y no pudiste evitar.
lo que dejarás atrás
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