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miércoles, 30 de abril de 2014

Jack Werner y el Creepypasta: Versiones y Traducciones



Jack Werner es redactor para la sección de sociedad del periódico Metro en Suecia y un entusiasta de las historias de terror. Este entusiasmo suyo por el horror vacui y las historias de miedo ha hecho que se decidiera a dedicarle su nuevo libro al género, pero con una ligera variación. En esa ligera variación la palabra clave es: creepypasta, el nombre de las historias de terror copiadas una y mil veces en blogs, foros y páginas de internet que un grupo de gente interesada por la literatura de terror ha recopilado, cribando toda la red, reduciendo la dispersión a un manojo de páginas bien organizadas. Esta colección de relatos que se estructuran bajo el título de creepypasta tienen su raíz en relatos ya conocidos, en variaciones de historias más o menos clásicas o en nuevos relatos con cierta fama en los foros especializados; luego a estas piezas se les van uniendo, finalmente, contribuciones contemporáneas. Hoy en día el creepypasta es un subgénero asentado que se ha alojado en la red y se nutre de las dinámicas de internet para crecer. 

Como decía, el fenómeno creepypasta tiene varias páginas dedicadas al género, sobre todo en inglés, de las que referiré: http://www.creepypasta.com/ o http://creepypasta.wikia.com/wiki/Creepypasta_Wiki; y también en español, como por ejemplo: http://creepypastas.com. Estas páginas tienen sus bibliotecas bien estructuradas por temas y buscadores que facilitan encontrar títulos que nos interesen.

Volviendo a Jack Werner, que es lo que me trajo hasta la cuestión del creepypasta, contaba que di con una referencia a este redactor mientras iba hojeando el periódico gratuito que acababa de recoger en la Estación Central de Estocolmo. Leyendo distraídamente la típica entrevista hiperbreve a dos preguntas, propia de los formatos publicitarios vestidos de periodismo, me llamó la atención un microrrelato, apenas tres líneas incrustadas debajo de la foto. El texto de entonces lo reproduzco aquí:

“En liten flicka leker i sitt rum och hör sin mamma ropa i köket. På väg dit öppnas en av garderobsdörrarna i hallen. En hand sticker ut. Därinne sitter mamman. “Gå inte in till köket. Jag hörde det också”, säger hon till flickan.”

La fotografía reproduce un detalle de una página del periódico Metro sobre un fondo de hormigón donde se lee el nombre de Jack Werner. La fotografía son dos detalles superpuestos en blanco y negro, pero con los colores invertidos en una página (como negativo fotográfico) y las de la otra página sin invertir (como positivo fotográfico).
página 13, metro - d.g.


Quizá esto no les diga nada, yo añadiré además que este relato salía publicado en la página trece. Añadiendo un poco más de creepy al asunto. Por lo que había visto en la entrevista sabía que lo que acababa de leer no era un relato de Jack Werner, así que cogí el móvil para rastrear el origen de aquella historia en las páginas donde se almacenaba lo más selecto del creepypasta. Después de varios intentos y de repasar bien los catálogos encontré la fuente de aquel texto, en inglés. Su título: Mother’s Call o In The Kitchen, dependiendo de la página; y se leía lo siguiente: 

“A young girl is playing in her bedroom when she hears her mother call to her from the kitchen, so she runs downstairs to meet her mother. 

As she’s running through the hallway, the door to the cupboard under the stairs opens, and a hand reaches out and pulls her in. It’s her mother. She whispers to her child, ‘Don’t go into the kitchen. I heard it too.’”

Esta versión aparece en CreepypastaWiki, con una nota que aclara que el relato no tiene autor conocido. El hiperbreve de Werner es una traducción y una reescritura de la versión en inglés, mucho más reducida y certera; y según mi opinión mucho mejor. Sin embargo, y admito que la idea del relato y su ejecución me parecen geniales, lo más inquietante de este relato para mí no fue la sensación de incertidumbre que deja sobre el dueño de la voz que escuchamos, o bueno, que no escuchamos. Para mí lo peor es el hecho de que no logro traducir al español el miedo que se aloja en los idiomas anteriores, esa incapacidad mía de dominar el terror y volcarlo a un nuevo texto ya domesticado.

Esa misma noche, después de volver a casa y cuando ya habíamos acostado al niño, mi mujer se fue a la cama a leer un rato y yo me quedé trabajando en la dichosa traducción que no lograba concretar.

Después de varias horas, frustrado por no conseguir una versión decente del relato me recosté hacia atrás en la silla, mirando a través de la ventana hacia la oscuridad solo interrumpida brevemente por la luz amarillenta de dos farolas congeladas. Me quité los auriculares por los que todavía se escuchaba el zumbido de la lista de reproducción y bostecé descomprimiendo los oídos. Fue en ese momento en que ya había decidido recoger todo e irme a dormir, cuando escuché que mi mujer me llamaba, con voz apagada, para que fuera a la cama con ella. Así que bajé la pantalla del portátil y me dispuse a levantarme, justo cuando sentí una mano en el hombro que me obligó bruscamente a seguir sentado. Era mi esposa, de pie detrás de mí y con nuestro hijo cogido de la mano que me apretaba el hombro con fuerza hacia abajo haciéndome un gesto con la otra mano para que guardara silencio, mientras me susurraba: ‘No vayas a la habitación, yo también la he escuchado.’